Una visión latinoamericana de la crisis

2009

Gobernador del Estado de San Pablo.

Conocida en los años 80 como el continente de las crisis, hoy América Latina está en una posición particular, que recuerda en algunos aspectos a su situación durante la Gran Depresión. De la misma forma que 80 años atrás, y en contraste con episodios más recientes, nuestra región se encuentra nuevamente en condición de víctima, y no de causante de la crisis económica. Otra semejanza con los años 30 es que la mayoría de las economías latinoamericanas se van a recuperar más rápidamente que las economías centrales.

En aquellos años, casi todos los países de América Latina, excepto Chile y Cuba, superaron su pico real del PBI pre depresión bastante antes que Estados Unidos: Colombia en 1932, Brasil en 1933, México en 1934 y Argentina en 1935.

La explicación básica para el impacto relativamente menor de esa crisis para América Latina  y Asia puede encontrarse en un hecho poco subrayado pero esencial: el canal del contagio. El colapso financiero de las economías centrales se propagó a los llamados países emergentes a partir de sus efectos y no de sus causas primarias. En todos los países en que estuviero presentes, las mismas causas –burbujas inmobiliarias, paquetes securitizados de hipotecas subprime, desregulación financiera excesiva y niveles peligrosos de apalancamiento- produjeron los mismos resultados catastróficos. Desde  Estados Unidos hasta donde sea que estuvieron presentes, como en el Reino Unido, Irlanda, España e Islandia.

En cambio, en América Latina en general al igual que en Asia, el contagio se basó en los subproductos de la crisis, principalmente la retracción brusca de las finanzas y el comercio. No hubo colapso de instituciones financieras importantes. Las únicas excepciones serias fueron las pérdidas en derivados en México –US$ 4 mil millones en el último trimestre de 2008- y en Brasil –estimadas en US$25 mil millones.

Hubo, sí, una acentuada reducción en la oferta de crédito a las actividades productivas, como consecuencia de la pérdida de líneas de crédito extranjeras. Algunos de los aspectos dolorosos de la retracción económica podrían haber sido evitados si no hubiera sido por errores de evaluación sobre la naturaleza de la crisis. Tales errores obstaculizaron políticas contra-cíclicas enérgicas y rápidas en economías que no estaban preparadas para el previsible empeoramiento de las condiciones externas.

Una de las lecciones del manejo de la crisis en la región fue la de echar luz sobre una vieja cuestión: además de elegir políticas correctas, es también indispensable que las mismas sean claras, intensas y veloces. El caso ejemplar de políticas con las características deseables fue el de Chile, donde, a cierta altura, el Banco Central bajo fuertemente la tasa de interés en unos impresionantes 250 puntos básicos. De un solo golpe, y luego del inicio de la crisis. Ahora mismo, en la tercera semana de junio, acaba de bajar de nuevo 50 puntos básicos, reduciendo la tasa de interés de referencia a 0,75%.

Más allá de eso, gracias a la lucidez y a la prudencia en la creación de fondos anticíclicos, Chile y Perú pudieron socorrer a sus declinantes economías con un robusto paquete de estímulo fiscal. Cabe notar que tanto Chile como Perú eran más vulnerables a la crisis internacional que Brasil, dado que sus coeficientes de exportación en relación al PBI son tres a cuatro veces superiores al brasileño, lo que eleva el multiplicador negativo de la retracción del comercio mundial sobre la economía doméstica.

El momento en que las autoridades nacionales deberían haber enviado una señal firme e inequívoca al mercado fue a la altura del pánico creado por la caída de Lehman Brothers, el 15 de septiembre de 2008. En ese momento crucial, no había ninguna justificación para preocuparse más por la inflación que por la recesión, como el peligro más claro y presente para la economía. Dado que las autoridades no consiguieron responder de la forma adecuada, la consecuencia fue la demora en la recuperación económica.

El desempeño en la gestión de la crisis ha sido confuso en algunos países. En Brasil, las primeras señales de recuperación empujada por el consumo han comenzado a aparecer. La recuperación es en gran parte resultado de la expansión de los gastos corrientes del gobierno federal en personal y en una variedad de programas de asistencia social, tales como reducción de los impuestos sobre vehículos automotores y electrodomésticos. Eso probablemente vaya a ayudar a estimular el consumo por algún tiempo. Mientras tanto, la sustentabilidad de la actual tasa de crecimiento de los gastos, sin un aumento adicional de los iumpuestos, dependerá de una vigorosa recuperación de la inversión productiva y de la expansión industrial.

Se pueden mencionar cosas positivas sobre las medidas de política económica brasileña post-Lehman Brothers: reducción en la exigencia de encajes requeridos a los bancos por el Banco Central (con el inicio de la crisis), garantías para depósitos a plazo (aunque un poco tardío), aumento en los créditos del Banco Nacional de Desarrollo Económico y Social (BNDES), que organizó con agilidad y contenido operaciones para reestructurar empresas afectadas por la crisis.

Así mismo, no hay que negar la evidencia: en el momento crítico, en septiembre-octubre de 2008, la política monetaria no dio a los empresarios y a los mercados un estímulo suficientemente fuerte y oportuno para evitar una caída acentuada de la producción industrial y de la inversión. La tasa real de interés de Brasil, la más alta del mundo, comenzó a ser reducida, y muy ligeramente, tres meses después del 15 de septiembre. La tasa real brasileña continua siendo la más alta, llevando a la moneda nacional a una excesiva e innecesaria revalorización desde enero de este año, lo que podría separar a Brasil del grupo de países que salgan con éxito de esta gran crisis. Más allá de eso, la inversión pública en infraestructura no llegó a una masa crítica suficiente para compensar la caída en la inversión privada.

Por detrás de algunas características comunes, América Latina presenta una gran diversidad de condiciones y de intensidad del impacto de la crisis, que nos alerta contra cualquier intento de simplificar la realidad. Algunas economías menores, principalmente en América Central y el Caribe son dependientes del turismo o de las remesas de emigrantes, que fueron particularmente afectadas por la recesión. Otras, como las economías de países dolarizados que concentran una gran proporción de su comercio en el espacio económico de América del Norte, acompañan de cerca la evolución de los Estados Unidos y tendrán que esperar cambios afortunados en la economía norteamericana. Los países que son principalmente exportadores de productos derivados de sus recursos naturales han tenido suerte de encontrar en China una fuente sostenida de demanda.

Estoy hablando de la evolución de los acontecimientos en Brasil y en América del Sur, en vez de los problemas financieros de Estados Unidos y del mundo, porque quiero resaltar un hecho central respecto de la administración de la crisis: Independientemente de atribuir culpas por las raíces primarias de la crisis –banqueros, reguladores y policy makers americanos-, la responsabilidad última por aceptar pasivamente o neutralizar las repercusiones de la crisis en otros países dependen de la adecuación de las respuestas de las políticas nacionales. La calidad de las políticas nacionales hace la diferencia.

Eso me remite a lo que debemos esperar de las estrategias del gobierno de Estados Unidos. La primera conclusión a sacar de la crisis es la necesidad de preservar ese espacio de política nacional. O sea, los países deben ser libres para adoptar políticas de desarrollo de acuerdo a sus propias especificidades e intereses.

En el pasado reciente, el sector financiero de los países desarrollados presionó reiteradamente a sus gobiernos para imponer a los países en desarrollo concesiones prematuras y peligrosas de liberalización financiera, que beneficiaron principalmente a los mismos actores que provocaron la actual crisis.

Demasiado a menudo, aceptar la dimensión internacional de la voluptuosidad de Wall Street fue una precondición para acuerdos de libre comercio. Hasta organizaciones internacionales y bancos oficiales participaron activamente en esos intentos insensatos de promover un falso concepto de globalización. No es para nada una coincidencia que los países que consiguieron resistir más esa presión –China e India- son las dos economías menos afectadas por el colapso.

Más allá de eso, debemos esperar que el gobierno de los Estados Unidos mantenga su compromiso con un vigoroso paquete de estímulo fiscal por el tiempo necesario para consolidar la recuperación económica, sin temores de regreso prematuro de la inflación. Cabe saludar la determinación del presidente Obama de dar prioridad central a la creación de empleos y a revertir el aumento en la desigualdad después de décadas de fundamentalismo de mercado. También celebro su intento de vincular la recuperación económica a la prioridad urgente de lucha contra el calentamiento global y por el desarrollo de fuentes limpias y renovables de energía.

Al mismo tiempo, esperamos que el nuevo gobierno no adopte medidas proteccionistas, con dispositivos al estilo “Buy American”. Además, deseamos que los Estados Unidos recuperen su liderazgo perdido en negociaciones comerciales multilaterales, abandonando su actual dependencia de enormes subsidios agrícolas.

Finalmente, algunas palabras sobre el futuro papel del G-20. Ese grupo puede no expresar la formula ideal y definitiva para la gestión de un mundo globalizado. No debe ser visto como un sustituto para una reforma del Consejo de Seguridad (ONU) ni como una especie de panacea para resolver todos los problemas internacionales. Es un arreglo práctico y razonablemente representativo para enfrentar los desafíos donde el tamaño y el peso de los países son importantes.

Para realizar su potencial, el G-20 tiene que cumplir con las ambiciosas promesas hechas en Londres sobre regulación y supervisión financiera, especialmente en cuanto a la adopción de una total transparencia y apertura de los mercados de derivados y otras creaciones de la innovación financiera. El gobierno norteamericano está dando un ejemplo, al presentar un plan profundo para actualizar y revisar la regulación y la supervisión financiera. Más aún, como Geithner y Summers declararon en un artículo periodístico, las acciones tendrán poco efecto si no son acompañados por normas internacionales semejantes. Por eso, prometieron que Estados Unidos hará un esfuerzo para liderar y un esfuerzo para mejorar la regulación y supervisión del mundo entero.

Es necesario un esfuerzo renovado de los miembros del G-20 para honrar sus compromisos de producir una significativa reforma del sector financiero, que coloque a éste al servicio de promover la producción y el empleo y no como un poderoso foco de desestabilización de la economía internacional y como un fin en sí mismo. Esa tarea debe tener prioridad total, o correremos el riesgo de perder la oportunidad de cambio representada por la crisis, permitiendo que el esfuerzo de reforma se desvanezca a medida que las personas se relajen y se dejen engañar por señales prematuras de una recuperación superficial.

El G-20 debe mantener su palabra y cumplir con su compromiso de asegurar una representación más equilibrada en la dirección del FMI y del Banco Mundial, dando más voz y voto a países en desarrollo. La reforma de instituciones de Bretton Woods será vista como un test decisivo de la sinceridad y ecuanimidad de las economías industriales desarrolladas, pues implica una redistribución de poder y de influencia desde países sobre-representados, principalmente de Europa y a favor de continentes enteros como Asia, América Latina y Africa.

En términos inmediatos, el imperativo es que el FMI efectivamente reciba recursos adicionales para apoyar a aquellos que necesitan de ayuda especial. Eso va en línea con la recientemente creada Línea Flexible de Crédito (FCL), mecanismo cuya utilidad fue demostrada por el otorgamiento de líneas de crédito de US$ 47 mil millones a México y de US$ 10,5 mil millones a Colombia. Es igualmente necesario que los países más vulnerables, que hoy no califican para el FCL, no se queden sin asistencia adecuada.

Me gustaría concluir con una sugerencia práctica sobre un tema esencial para un nuevo orden mundial. No más de 15 países, considerando a la Unión Europea como una entidad única, son responsables de casi el 80% de las emisiones de gas que causan el calentamiento global. Todos ellos son miembros del G-20. El G-20 se convertiría en una instancia indispensable del nuevo orden internacional si fuese utilizado como foro de negociación para lograr un compromiso entre las principales economías mundiales –que debería ser aprobado en la próxima Conferencia sobre Cambio Climático en Copenhague. Después de haber servido como punto de encuentro de distintas perspectivas, aunque convergentes, sobre el riesgo de la crisis financiera en el futuro inmediato, ¿porqué no utilizar el G-20 contra la más seria amenaza que tendrá la civilización humana en los próximos años?

Finalmente, una mención breve sobre la nueva dinámica de crecimiento de la economía mundial. La posición relativa de los mercados emergentes – vis-à-vis el mercado mundial- deberá ser fortalecida en los próximos años, en relación a una serie de variables: 1) las tasas de crecimiento económico; 2) los desequilibrios de cuenta corriente; y 3) los niveles de endeudamiento público. La recuperación será liderada por las economías emergentes, en particular por las economías de Asia y América Latina, que disponen de considerables mercados internos. Antes del colapso de Lehman, estos países presentaban una sólida expansión, pese al crecimiento declinante de las economías maduras. El evento de Lehman representó una inflexión, al reducir la liquidez mundial y afectar profundamente a las economías emergentes.  Cuando las condiciones de liquidez se normalicen en el mundo, no obstante, volverán las diferencias en las tasas de crecimiento.

La expansión económica mundial será moderada durante algún tiempo, pero las diferencias en el ritmo de crecimiento de los países serán mayores que antes. Por supuesto, las economías emergentes no pueden ser descriptas como un bloque: en América Latina hay países con políticas económicas no sostenibles, como es el caso de Venezuela. En los países de Europa del Este, los vínculos negativos entre las desvalorizaciones cambiarias y el sector bancario magnificaron la contracción de la liquidez del shock de Lehman Brothers, provocando fuertes caídas en la actividad económica. En Asia, algunas economías volcadas a las exportaciones, como Corea, tienen serias dificultades para sustituir la demanda externa por la interna. Pero en forma general se puede afirmar que el crecimiento de las economías emergentes será superior a la expansión de las economías maduras.

La comparación entre ambos grupos de economías muestra que la Cuenta Corriente del Balance de Pagos estuvo prácticamente equilibrada (cercana a cero) hasta 1998. A partir de entonces, las economías emergentes fueron aumentando los superávit, que la crisis redujo (de US$ 438 mil millones en 2007 a aproximadamente US$ 300 mil millones en 2009, según las estimaciones del IIF); pero se trata de un desequilibrio que debería volver a aumentar en 2010. El llamado acuerdo informal Bretton Woods II no terminó y las economías emergentes continuarán siendo acreedoras.

La amplia adopción de políticas fiscales contra-cíclicas llevará al aumento en la relación deuda/PBI del mundo entero, pero su impacto será más fuerte en las economías del G-7. La deuda neta de EEUU y del Reino Unido, por ejemplo, será del 70% al final de 2010, casi el doble de los niveles pre-crisis. Otras economías maduras serán también muy afectadas. Consecuentemente, la percepción de riesgo relativo de los mercados debería cambiar a favor de las economías emergentes, por lo menos en aquellas cuyos gobiernos han sabido practicar políticas económicas inteligentes.

Debe esperarse, como dije antes, una redistribución de poder de las instituciones multilaterales como el FMI, así como una cierta apreciación real de las monedas nacionales de los mercados emergentes en relación con los países maduros y un aumento del comercio entre economías emergentes. En algunos casos, esto podrá llevar a acuerdos para el uso de monedas de esos países para el comercio bilateral. Del mismo modo, debería haber un aumento de los flujos financieros y de inversión entre las empresas de las economías emergentes, evitando la intermediación de las instituciones financieras de las economías maduras.

¿Qué países, entre los emergentes, estarán mejor y qué países, entre los desarrollados, no estarán tan mal? La respuesta va a depender de las circunstancias objetivas de su actual inserción en la economía internacional y, sobre todo, de la capacidad en aprovechar las políticas económicas nacionales para, como ya dije antes, promover el desarrollo, de acuerdo con sus especificidades y sus intereses.

Artículo basado en la conferencia presentada en Simposio Foresight, USA (Washington, 18/06)

Palabras Clave: Crisis financiera internacional, América Latina, Brasil, Políticas económicas, coordinación internacional, G-20

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