13/12/2016 Por: Ramiro Albrieu (CEDES, Argentina)
Las perspectivas macroeconómicas para el año que está comenzar están determinadas en buena medida por la agenda de la política. No debe llamar la atención; parece bastante obvio que con gobiernos de cuatro años de duración y elecciones de medio término sean pocos los espacios que se abran para la corrección de desequilibrios subyacentes. Pasado un año de gobierno, todo lo que sirva para maximizar la afluencia de votos en la elección de 2017 tiene la preferencia. Y allí estamos.
Desde esta óptica podemos preguntarnos: ¿qué tipo de macroeconomía incentivaría un gobierno a un año de las elecciones de medio término? Si la corrección de los desequilibrios tiene efectos negativos para la macro de corto plazo, el oportunismo político desestimaría ese camino. En cambio, es más esperable un set de políticas que privilegie la recuperación rápida de la economía, sin demasiada atención sobre la sostenibilidad post-eleccionaria de dicha dinámica.
Con esto en mente podemos conjeturar sobre la macroeconomía de 2017 – y después-. Para el año próximo, un gobierno oportunista en términos políticos retrasaría la suba de tarifas, necesaria para balancear las cuentas fiscales y energéticas en el mediano plazo. El oportunismo político también tentaría al gobierno a utilizar al tipo de cambio nominal como ancla para los precios, aún a costa de una profundización del desequilibrio en las cuentas externas. Se buscaría que los salarios crezcan por encima de la inflación, de manera que el consumo privado aparezca como un determinante del crecimiento. Además, el componente discrecional de la política fiscal mostraría sesgos expansivos, de manera que el consumo público apuntale la recuperación. Quizás algo de inversión pública –sumando a la vez voluntades políticas de las provincias- podría acompañar esta dinámica.
Esta estrategia política contiene dos riesgos en términos macroeconómicos.
El primero, que el oportunismo político impone costos a la macroeconomía post-elecciones de medio término, asociados a la profundización de los desequilibrios externo, fiscal y energético. Dos opciones aparecerán allí: aprovechar la pequeña ventana que se abre antes de que se piense en las presidenciales de 2019 para corregir la macro, o jugar las fichas a dejar la corrección para el próximo gobierno. De darse el primer caso podemos esperar algo de crecimiento en 2017 pero una reversión hacia fines de año, con salarios retrasándose nuevamente en relación al tipo de cambio y las tarifas. Además, se aceleraría la inflación por las correcciones de tarifas y tipo de cambio. Habría, claro, pérdida de reputación (para el presidente pero también para instituciones clave, como el banco central), pero quizás algo de tiempo luego para reacomodarse de cara al 2019. La inversión, que mira más allá del corto plazo, podría aparecer en este escenario. De darse el segundo caso el gobierno debería conseguir contar una buena historia (que nadie se enoje: un relato) para justificar porqué las variables macroeconómicas fundamentales reflejan desequilibrios comparables con los de los gobiernos anteriores y no hay plan para corregir dichos desequilibrios. En este caso es difícil que la tasa de inversión reaccione positivamente en los próximos años; habría que esperar entonces para un plan de crecimiento sostenido.
El segundo riesgo macroeconómico es más de corto plazo: la estrategia macro derivada del oportunismo político hacía sentido con una economía internacional de tasas de interés casi-cero y precios de commodities relativamente altos, un mundo que difícilmente estará disponible: aumento del costo del dinero, dólar más fuerte y comercio estancado serán con mayor probabilidad los rasgos de la economía global en 2017. Mercados financieros volátiles, reversiones de financiamiento y el vuelo a la calidad implicarían para el gobierno financiamiento externo aro y escaso. En ese contexto las expectativas pueden empezar a jugar en contra, acelerando por ejemplo, la formación de activos externos del sector privado (que este año superarán cómodamente los 10 mil millones de dólares).
En suma, el ciclo electoral incentivará la procrastinación. La economía puede exhibir una recuperación y tasas de inflación estables, pero a costa de acumular riesgos hacia delante. Veremos qué sucede.
* publicado en El Economista