La economía mundial: ¿volviendo a Kansas?

2011

El año 2010 no fue malo para la economía mundial: activas políticas macroeconómicas domésticas y una fuerte coordinación internacional evitaron que la crisis de las hipotecas subprime se transforme en una crisis global de la las dimensiones de la Gran Depresión. El PBI mundial se expandió un 5% a lo largo del año, luego de haberse contraído un 0.6% en 2009. Sin duda, el regreso al sendero del crecimiento es una buena noticia. Sin embargo, la imagen que se vislumbra del futuro cercano tiene algunas zonas de oscuridad que suman incertidumbre a las perspectivas del año que comienza. De hecho, muchos son los frentes que la economía mundial deberá atacar en el corto y mediano plazo.  

El mundo avanzado consolidó durante el año la recuperación que había iniciado hacia mediados de 2009. En el cuarto trimestre de 2010 la economía norteamericana se expandió con respecto al tercer trimestre un 0,8%, cerrando el año con un crecimiento de 2,9%. Los indicadores líderes que elabora la OCDE muestran que el resto del mundo avanzado –salvo UK- también aceleró el crecimiento hacia el último trimestre del año. Tomando como válidas las estimaciones preliminares del último trimestre provistas por el reciente update del World Economic Outlook del FMI, Japón se expandirá un 4.3% y la zona euro un 1.8%. El mundo emergente, mientras tanto, pareció gozar del “privilegio de la normalidad”: apenas una desaceleración seguida de una salida rápida. En 2010 el grupo se expandió un 7.1%, luego de haber crecido 2.6% en 2009. 

¿Significa ello que hemos dejado definitivamente atrás la crisis y sus efectos sobre la dinámica del crecimiento mundial? La respuesta es que no. Varias cuestiones motivan esta respuesta. 

La primera cuestión es que la dinámica de crecimiento será desigual y frágil, como señaló el World Economic Situation and Prospects 2011 de Naciones Unidas. La fragilidad se observa a simple vista: la contracción del nivel de actividad durante la crisis fue fuerte, y la salida es más bien lenta. Sólo Estados Unidos ha recuperado el nivel de actividad pre-crisis; Japón muestra altas tasas de crecimiento, pero también tuvo la mayor caída; Europa, por último, parece estancada, traccionada sólo por el crecimiento alemán (que de todas maneras no logra superar la caída de 2009). La fragilidad se observa también en las reversiones y las idas y vueltas del crecimiento, siendo UK es ejemplo más claro. La recuperación global se caracteriza también por la desigualdad en diversos sentidos. Por un lado, y al igual que en la etapa de expansión previa, las economías emergentes son las locomotoras del crecimiento. La crisis, entonces, fue otra etapa en la convergencia que se está dando entre estos grupos. Y no es sólo China e India: el resto de los emergentes crecieron un 5,2% en 2010. Por otro lado, hacia dentro de los grupos reina la heterogeneidad: en los ricos Estados Unidos va a una velocidad distinta de Europa y en los emergentes Asia, América Latina y África Subsahariana crecieron por el encima del 5%, pero ciertamente no fue el caso de otras regiones, como la Comunidad de Estados Independientes y el Caribe.    

La segunda cuestión es que hay problemas preexistentes a la crisis que esta no logró resolver. Por supuesto, el principal nudo aquí está constituido por los desbalances globales. Dejando de lado al grupo de los PIIGS, que parece ir hacia un “rebalanceo forzoso” de su economía, la evidencia reciente muestra que los desbalances están lejos de desaparecer; de hecho, como mostramos en Albrieu (2010) la compresión de los desbalances durante 2009 se relacionó con la contracción del nivel de actividad; la recuperación posterior hizo que los desequilibrios resurgieran. La evidencia de Estados Unidos del cuarto trimestre abona a esta hipótesis: el consumo contribuyó un 3% al crecimiento del PBI mientras las exportaciones lo hicieron un 1%. 

La tercera cuestión es que los problemas que generó la crisis aún no se solucionaron. Es cierto que durante 2010 se recompuso el apetito por el riesgo y los mercados financieros volvieron a funcionar. De hecho, hubo una fuerte expansión de los mercados accionarios en todo el mundo, una marcada compresión de los spreads en el mundo emergente y una masiva entrada de capitales hacia estos últimos. Sin embargo, no puede obviarse que la principal economía mundial sigue funcionando en “modo ambulancia”- término que utilizó Max Corden para graficar el rol clave que en el crecimiento norteamericano tienen los estímulos fiscales, el relajamiento cuantitativo (ahora en su segunda etapa) y las bajas tasas de interés- por lo que es una incógnita qué pasará cuando este sea desactivado. Además, los problemas específicos que generó el crash financiero en las economías avanzadas tampoco mejoraron substancialmente: los niveles de apalancamiento del sector privado no se redujeron a lo largo del año, los costos fiscales del salvataje a los bancos aún no se conoce, y la reforma financiera está recién en sus primeras etapas (al respecto, véase el update de enero del Reporte sobre la Estabilidad Financiera Global del FMI).  

Por último, la cuarta cuestión es que el riesgo de aparezcan nuevos problemas no debe ser desestimado. Dos temas son clave al respecto: la guerra de monedas y la dinámica de Europa. Hemos comentado recientemente sobre el primer punto (Albrieu y Fanelli, 2011), aunque alcanza con decir que la inexistencia de instituciones globales que permitan internalizar las decisiones que se toman siguiendo motivaciones puramente nacionales representa una seria amenaza de cara a lo que viene. Con respecto al segundo punto, muy esquemáticamente podemos decir que existen hoy tres Europas: la Europa avanzada y fuerte, que incluye a Alemania, Francia y los nórdicos, la Europa emergente, representada por los “nuevos entrantes” de la década pasada, y la Europa avanzada y frágil, hoy resumida en el grupo de los PIIGS. Antes de la crisis, la norma era la convergencia macroeconómica: las emergentes crecían a tasas más altas que las avanzadas. Claro que más allá de la macroeconomía, la convergencia entre las ricas estaba lejos de lograrse y los diferenciales de productividad no podían ser compensados con diferenciales cambiarios (al menos para los países de la zona euro); en cambio, persistieron situaciones de desequilibrio externo. Cuando la crisis subprime contagió al sistema financiero internacional, las diferencias se hicieron visibles: en los países emergentes hubo crisis bancarias tradicionales y el producto colapsó (caso de los bálticos) y en los PIIGS trepó el riesgo soberano y las políticas anticíclicas fueron acotadas. Estas heterogeneidades, antes que borrarse, probablemente se profundizarán en el corto plazo, habida de cuenta que los ricos y fuertes crecerán por encima del resto. 

En suma, podemos poner el foco en la recuperación del crecimiento y los avances en la institucionalidad global de la mano del revalorado G-20, o bien ver centrarnos en los múltiples desafíos y conflictos que sobrevendrán; es ver el vaso medio lleno o medio vacío. Lo que sabemos con seguridad es que la inestabilidad global no ha desaparecido por completo.

 

Referencias:

Albrieu, R. (2010), "¿Se están rebalanceando los desbalances globales? evidencia de la crisis y la recuperación."

Albrieu, R. y J.M. Fanelli (2011), On Currency Wars, Global Cooperation, and the Role for the G20.

IMF (2011a), World Economic Outlook Update, Enero,

IMF (2011b), Global Financial Stability Report Update, enero.

UN-DESA (2011), World Economic Situation and Prospects 2011, enero.

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