Argentina: escenarios post-electorales

2009

El resultado de las elecciones del domingo tiene una virtud: es muy fácil de leer y no deja margen para las interpretaciones; una clara mayoría de ciudadanos se expresó en contra del rumbo que el gobierno tomó en el último año y medio. Más allá de esto hay, por supuesto, una serie de cuestiones que sólo se irán develando con el tiempo ya que son varios los interrogantes abiertos. Por su importancia para la economía, es importante remarcar tres cuestiones que será central monitorear en su resolución.

La primera es que existe una pluralidad de actores políticos que se vio fortalecida pero ninguna fuerza puede hoy atribuirse un predominio claro. Ni dentro de las estructuras partidarias y alianzas ni en la arena política y la opinión pública. Ganadores y perdedores tienen que encontrar su lugar en la nueva geografía dibujada por las elecciones. Será vital para la futura estabilidad política la forma en que los actores políticos involucrados en las nuevas alianzas y liderazgos se vayan consolidando. Un problema no menor es que esos mismos actores tienen que definir también los límites de la nueva geografía. Esto es, deben trazar un marco de contención para las negociaciones políticas.

Si en la nueva geografía ocupa mucho espacio el parlamento, los partidos, los medios y las instituciones, ello será un bálsamo para la economía. Si, por el contrario, esa geografía incluye también mucha discrecionalidad en las políticas públicas, la acción más o menos directa vía paros, piquetes, etc. y negociaciones políticas excesivamente conflictivas dentro de las alianzas, el resultado será que la geografía de la política se prolongará indebidamente en el terreno de la economía. En ese caso, la estabilidad económica estará en peligro. La salida de capitales –y, por ende, las presiones sobre las reservas y/o el precio del dólar– será, sin dudas, el principal indicador a observar en el futuro más próximo para evaluar si los límites geográficos de la política son o no compatibles con la estabilidad de la economía. 

La segunda cuestión a considerar es que la campaña fue bastante pobre desde el punto de vista de las propuestas económicas y la situación demanda iniciativas para solucionar problemas muy concretos. No hubo mucho debate entre los actores políticos de propuestas específicas, más allá de las puramente reactivas –pero no por eso menos correctas– demandas de terminar con la intervención en el INDEC o con la discrecionalidad de las políticas de precios. La falta de debate estuvo ausente incluso en lo ideológico en la medida en que en algunas fuerzas convivieron candidatos que estaban a favor y en contra de estatizar, etc.

Es cierto, el oficialismo planteó que se votaba a favor o en contra del “modelo”. Pero habría que reconocer que recoger ese guante era muy difícil para cualquier candidato: nadie tenía claro cuál era el modelo. Si efectivamente se plebiscito un modelo económico el domingo, parece que el modelo al cual la ciudadanía le dijo que no tiene más que ver con la forma que con el contenido: no a la discrecionalidad en la gestión de políticas públicas y  no a la falta de consistencia técnica.

La tercera cuestión es que quienes se vieron favorecidos lejos están de tener el voto asegurado para el futuro. Dada la amplitud del espectro de la oposición, parece que los ciudadanos votaron, en primer lugar, con la intención de castigar ciertas políticas y estilos de gobernar del oficialismo y utilizaron el candidato más a mano para hacerlo. Si esta interpretación es correcta, quienes se beneficiaron el domingo deberán trabajar arduamente en el futuro para consolidar el espacio que acaban de conquistar. Esto no es trivial. Le pone límites precisos al conflicto. Si los ganadores se ocupan más de su propia interna que de trabajar en el parlamento y en la búsqueda de consensos que aseguren la gobernabilidad serán, probablemente, duramente castigados por la opinión pública. Gobernabilidad, en el cortísimo plazo, quiere decir seguramente ayudar a corregir el rumbo de la macroeconomía. Hay dos hechos que pueden ayudar para el ajuste. Por un lado, como no hubo propuestas muy específicas en lo económico en la campaña, la oposición tiene las manos bastante libres para actuar de manera pragmática en el parlamento.  Por otro, aún falta bastante tiempo para la próxima elección.

En vista de estas tres cuestiones, pareciera que la Argentina se moverá en lo inmediato dentro de una situación de “equilibrio en el filo de la navaja”. Esto es, transitará un camino en que la situación puede resolverse de maneras muy diferentes, dependiendo de hechos difíciles de prever. Esto se puede ilustrar de manera algo esquemática en base a dos escenarios.

Escenario uno: prima la racionalidad de los actores

Las alianzas políticas tienden a consolidarse en términos de dos proyectos presidenciales para el 2011. La candidatura peronista, si bien genera importante “ruido” político, no da lugar a conflictos que derramen al resto de la sociedad y la economía. El partido oficial apoya efectivamente al gobierno en la tarea de ajuste económico. Aún cuando esto implica costos, también es claro que hoy es el momento de hacerlo, cuando el 2011 está aún lejos. Además, se llega a la conclusión de que el ajuste no sería, después de todo, tan doloroso: la Argentina tiene superávit comercial fuerte, el gobierno tiene necesidades de financiamiento que son manejables si se resguarda el superávit fiscal y se puede confiar en que, dentro de un marco de cierta racionalidad económica, la demanda de inversión y de bienes durables se recuperará. Esto no es excesivamente voluntarista: la gente tiene liquidez para financiar sus compras ya que la salida de capitales se debe más a cuestiones políticas que económicas. Brasil, por ejemplo, ha visto caer significativamente su premio de riesgo soberano y los precios internacionales son buenos, esto sugiere que con políticas sensatas, la región no está condenada a la depresión.

Con el objetivo de ganar credibilidad, la oposición no interfiere en el parlamento. Discute y crítica las leyes del ejecutivo, como la de presupuesto, pero no tiene una actitud de obstaculizar. El argumento es que la opinión pública pide gestión, no oposición per se.

Cuanto mayor credibilidad tenga el ajuste y las correcciones del rumbo macro, mayor será el efecto sobre las expectativas, mayor el retorno de capitales y mayor la recuperación del gasto. Para lograr esto hay iniciativas muy baratas y que la oposición sólo podrá apoyar: arreglar la cuestión del INDEC, terminar con la represión de las importaciones y las políticas discrecionales de precios, incluyendo una política de subsidios poco consistente. Esto implica cambios significativos en el “modelo” de gestión.

Los cambios no serán gratis, de cualquier forma. Las correcciones de precios relativos tendrán efectos probablemente negativos sobre la inflación a corto plazo. Además, hay que reducir el ritmo de avance del gasto público. Este escenario necesita no sólo de racionalidad económica sino de consensos políticos.

Escenario dos: se intenta profundizar el modelo

Este escenario está en línea con las primeras reacciones del ejecutivo. En la conferencia de prensa, la Presidenta, lejos de anunciar cambios en relación a puntos clave como: INDEC, relación con las instituciones internacionales o política de precios, se inclinó por la hipótesis de que antes que cambios lo que haría falta es una profundización del modelo. Este es un escenario con alta incertidumbre económica y, probablemente, mayor conflictividad política.

Hablar de profundizar o, aunque más no sea, mantener el modelo, generará per se incertidumbre económica porque el “modelo” no posee un mínimo de consistencia: no ha cumplido dos requisitos que todo modelo debe llenar para garantizar su viabilidad. El primer requisito es dar certeza sobre el largo plazo, de forma de mantener una tasa de inversión que sostenga el crecimiento. La evidencia más clara de que este requisito ha estado ausente es la enorme y persistente salida de capitales ocurrida en los dos últimos años, acompañada de una sustancial caída en la inversión. Así, antes de comprometerse con el futuro argentino gastando en bienes durables y de capital, la gente prefirió poner sus ahorros a buen recaudo en el exterior o comprando dólares billete.

El segundo requisito de un modelo consistente es coordinar de manera satisfactoria las expectativas de los agentes en el corto plazo. Para evitar que los desequilibrios de corto plazo frustren los planes de largo se requiere dar certidumbre sobre la evolución de variables clave como la inflación, los precios relativos y los desequilibrios fiscales. La prueba más contundente de la incapacidad del modelo actual en este punto es que, simplemente, no se sabe cuáles son los precios. Existe una pluralidad de fuentes de información desde que el INDEC perdió credibilidad. Así, al problema de formar expectativas sobre los precios futuros, algo ya de por sí difícil, se agrega el problema de formar expectativas sobre los precios en el presente. Bajo estas condiciones, ¿cómo negociar salarios?; ¿cómo evaluar el flujo de caja?; ¿cómo elaborar un presupuesto que los legisladores puedan evaluar a conciencia?; ¿cómo saber cuántos pobres existen? Parece de sentido común que cualquier modelo –independientemente de su orientación– no puede prescindir de ofertar a la sociedad el bien público de contar con información estadística sobre el presente.

Una condición necesaria que debe cumplir todo modelo es la de ser viable  económicamente. Hasta la elección, el gobierno estiró el plazo del ajuste con criterio político. Pudo hacerlo porque contaba tanto con reservas internacionales como con financiamiento “oculto” en la ANSES y otros organismos. Además, en el momento crítico previo al acto eleccionario tuvo la ayuda de una mejora relativa en la situación internacional, con suba en los precios de los commodities. El mercado leyó que el gobierno estaría en condiciones de cumplir con su plan de posponer los cambios y no hubo sobresaltos excesivos.

El status quo, sin embargo, no puede sostenerse ya que, justamente, las decisiones que el sector privado pospuso, ahora se tomarán sobre la base de la nueva información que aportó la elección. Y esa información es que el gobierno es más débil políticamente y debe buscar consensos. Entre esas decisiones se cuentan: despidos que se pospusieron para evitar que se interpretaran políticamente; negociaciones salariales pendientes; correcciones de precios y subsidios; tolerancia de represión de importaciones que son necesarias para el giro del negocio y acciones de lobby para cambiar políticas discrecionales, como en el caso del campo.

Este segundo escenario es también más conflictivo en lo político. La razón central es que deja a la oposición sin argumentos para apuntalar la gobernabilidad. Por ejemplo, ¿porqué apoyar el presupuesto si no se discute la política de subsidios y, más importante, se sigue con la política de asignación poco transparente entre sectores? Si la oposición no colabora, la situación política será más inestable. Tanto la oposición como el oficialismo se debilitarán porque un escenario de inestabilidad económica deteriora la credibilidad de la clase política en su conjunto. Esto aumentaría los incentivos para que grupos más débiles políticamente se sientan en condiciones de disputar poder dentro de cada coalición.

Claramente, este segundo escenario es posible en el corto plazo, pero es insostenible. Es un escenario de todos pierden. Pierden los que recibieron mayor apoyo popular tanto dentro como fuera del justicialismo. Pierden los que recibieron la misión de gobernar hace un año y medio.

Pero, ¿hay incentivos para evitar la situación de todos pierden? El mayor incentivo para que domine el primer escenario y no el segundo es que desde el punto de vista de los fundamentos macroeconómicos no hay nada que indique que la Argentina, necesariamente, deba pasar por un ajuste tumultuoso, a menos que la situación internacional empeore de manera marcada. La racionalidad puede ser tentadora en la medida que las circunstancias objetivas dan para que todos los principales actores ganen a corto plazo. El requisito es hacer política sin sacrificar la  estabilidad macroeconómica. El bonus: actuar sobre la base de consensos y satisfacer el mandato que parece haber expresado la ciudadanía el domingo pasado.

 

 

 

 

 

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