Argentina: el enfermo imaginario o la falsa enfermedad holandesa

2015

Se conocieron recientemente las cifras del MULC para el primer trimestre del año que brindan información de mucha relevancia sobre la evolución del mercado de cambios y el sector externo. Las reservas internacionales del Banco Central subieron 300 millones de dólares, confirmando que se paró la caída del año pasado. Lo que más ayudó para obtener este resultado es que la cuenta capital arrojó un saldo positivo de 2.200 millones de dólares en contraste con la cuenta corriente que mostró un déficit de 1.800 millones de dólares. Las exportaciones, por su parte, exhibieron una evolución negativa que no se reflejó en un saldo comercial mayor porque, de la mano del cepo, las importaciones cayeron aún más. El sector privado, mientras tanto, sigue demandando dólares tanto para acumularlos como para hacer turismo. El sector servicios registró un déficit de 2.000 millones.

En este contexto, se conoció que la inflación (del Congreso) registró un 2% superando ampliamente la devaluación mensual del dólar y los salarios reales mostraron un alza, sobre todo por efecto de los del Estado.

Una mirada rápida a estas cifras sorprende bastante ya que parece contradictorio que el dólar se atrase y los salarios suban en dólares en una situación en que existe un déficit de la cuenta corriente y las exportaciones no suben. Sin embargo, este tipo de fenómeno está lejos de ser la primera vez que ocurre. Varias veces, gracias al endeudamiento externo, la Argentina sufrió una especie de "falsa enfermedad holandesa". Como Argón, el personaje principal de "El enfermo imaginario" de Moliere, la economía argentina parece disfrutar con las falsas enfermedades e, incluso, con las recetas de los médicos de turno.

Recurrir a una alegoría que representa a la economía actual como un enfermo imaginario puede ser bastante útil para comprender la coyuntura y, también, para ponerla en perspectiva y evaluar los desafíos que le esperan a las autoridades que asuman el próximo 10 de diciembre.

 

Un poquito  sobre la enfermedad holandesa verdadera y otro poquito sobre la falsa

Empecemos por una revisión breve de la verdadera enfermedad holandesa. Esta enfermedad es bastante paradójica: se produce cuando una economía experimenta un exceso de oferta de dólares que se origina en un shock positivo. El shock puede deberse a un descubrimiento de recursos naturales o a variaciones favorables en los términos del intercambio en una economía que exporta commodities. Como consecuencia del exceso de oferta de dólares que produce el shock, el tipo de cambio real tiende a apreciarse porque luego del shock los precios internos ganan terreno en relación con el tipo de cambio nominal. En países inflacionarios como el nuestro, lo usual es que la inflación le gane a la depreciación del dólar y otras divisas.

Si un país tiene más dólares es lógico que su moneda se aprecie. Hasta aquí no hay ninguna enfermedad. Sin embargo, cuando se observa qué precios tienden a subir más que el dólar  se constata normalmente que el precio de los bienes que no se exportan ni se importan (llamados no-transables) son los que suben más rápido y arrastran al índice de precios. La causa de este movimiento diferencial de los precios es simple: el shock positivo hace más rica a la gente y la gente gasta más en todo tipo de bienes. Pero los bienes locales tienen una capacidad de oferta limitada para responder al incremento de la demanda doméstica y sus precios suben. No  ocurre lo mismo con los bienes transables cuya oferta es muy elástica: siempre se pueden comprar en el resto del mundo a un precio dado en dólares. Esto significa que los bienes no- transables terminan siendo mucho más caros luego del shock.

Una consecuencia muy agradable para los asalariados es que durante este proceso los salarios tienden a subir. Esto pasa, por un lado, porque al haber más demanda de bienes no transables sube la demanda de trabajo en esas ramas –que suelen ser intensivas en mano de obra– empujando los salarios para arriba y, por otro, porque el poder adquisitivo del salario en dólares aumenta: la plata se hace dulce y se puede, por ejemplo, andar viajando por el mundo sin tanta culpa.

El incremento en los precios de los bienes no transables hace más rentable producir bienes  que no sirven ni para ser exportados ni para  sustituir importaciones y, por lo tanto, la inversión en el sector transable se debilita. Como una buena parte de los bienes industriales es transable –se pueden importar– esto implica que los recursos se irán de la industria hacia otras ramas domésticas y se observará de-sustitución de importaciones. Tampoco será muy rentable producir para exportar con un dólar más barato en las ramas primarias no favorecidas por el shock. Así, veremos florecer peluquerías y restaurantes mientras los fabricantes de automóviles o electrodomésticos se debilitan por la competencia de los bienes importados.

Es justamente debido a esta reasignación del capital y del trabajo en contra del sector transable que un shock positivo puede generar una enfermedad: como consecuencia del shock favorable al sector primario, la economía se hace menos competitiva en otras ramas y puede ocurrir que esas ramas directamente desaparezcan. En un país como la Argentina este puede ser el caso de la industria pero también de producciones regionales, desde el vino hasta los limones.

Hay dos consecuencias muy negativas cuando el sector transable se enferma. La primera es que la industria exportadora genera efectos positivos que van más allá de su propia producción ya que abre caminos para el acceso a mercados, tecnologías y procesos de aprendizaje en la manufactura. Si esa industria languidece eso se pierde. La segunda es que si la causa de la enfermedad fue un incremento de los términos del intercambio que luego se revierte, la economía no podrá fácilmente conseguir los dólares que le empezarán a faltar pues habrá destruido a sus sectores transables más dinámicos y competitivos.

Por supuesto, lo anterior no necesariamente debe ocurrir. Si el incremento de riqueza se canaliza a la inversión en infraestructura, bienes de capital y educación pueden generarse aumentos permanentes de productividad que compensen los efectos anteriores y hagan aparecer nuevos sectores transables dinámicos. Si bien habrá un dólar más barato y mano de obra más cara en dólares, ello puede ser incluso más que compensado por incrementos en la productividad. Si los incrementos de productividad no pudieran compensar los aumentos de salarios, Australia o Canadá hace rato que no podrían venderle nada a nadie. Los países que tienen altos salarios son los que tienen alta productividad.

La Argentina tuvo en varios momentos una falsa enfermedad holandesa porque tuvo los síntomas de la enfermedad sin  experimentar las causas que la provocan. Esto es, experimentó fuertes atrasos cambiarios sin que se registraran grandes descubrimientos de recursos o términos del intercambio muy favorables. La receta para conseguir los dólares que le permitieron enfermarse de manera imaginaria fue siempre la misma: el endeudamiento externo. Los dos casos más impactantes fueron la época de la "plata dulce" de Martinez de Hoz a fines de los setenta y la convertibilidad en la década de los noventa. Como en la enfermedad holandesa verdadera, también en la falsa el atraso del tipo de cambio llevó a destruir parte de la industria y de otros sectores transables con capacidad para acelerar la productividad.

Como en la enfermedad holandesa imaginaria no hay shock de exportaciones ni riqueza nueva, un punto que la diferencia de la verdadera es que el atraso del tipo de cambio va acompañado de un déficit creciente de la cuenta corriente y, por lo tanto, de una demanda creciente de fondos del exterior.

¿Por qué enfermarse a propósito atrasando el tipo de cambio? La respuesta está en la economía política: mientras dura el financiamiento externo que permite el atraso cambiario es posible crear la ilusión de una mayor riqueza con incrementos en los salarios reales y en el nivel de vida y eso aumenta la popularidad del gobierno. Es más, como el nivel de vida mejora casi mágicamente sólo por efecto del atraso cambiario y sin que haya un descubrimiento de nada, es muy fácil alimentar la fantasía en la gente de que es sólo debido a la increíble habilidad y las recetas del ministro-médico de turno que fue posible generar bienestar para todos y todas.

Más deuda con igual riqueza .... no puede durar mucho. Justamente, cuando los mercados se percatan de que la enfermedad holandesa es imaginaria porque la riqueza nueva no aparece por ninguna parte –ni en el sector primario ni bajo la forma de nuevos sectores transables–, los inversores se retiran por miedo a que los créditos no puedan pagarse, no hay crédito para refinanciarse y la única salida es una devaluación para reducir el déficit de cuenta corriente y reconstituir la rentabilidad del sector transable. Se acaba el recreo y otra vez sopa. Pasó en 1982 y pasó en 2002. Incluso en esos casos la devaluación no fue suficiente y el país incumplió sus compromisos externos.

 

Kiciloff lo hizo: volvió a Moliere 

La crisis de 2002 fue tan terrible que parecía que la enfermedad imaginaria no volvería a repetirse. De hecho, cuando el país sí recibió (¡por fín!) un importante shock positivo de términos del intercambio el gobierno se dedicó a repagar deuda e hizo del desendeudamiento una bandera política. Parecía que el gobierno de Néstor Kirchner sobreactuaría el libreto para que se entendiera que jamás volveríamos a representar el clásico de Moliere. Sin embargo esto último no quedó tan claro porque aprovechando la excelente situación externa también se instauró un proceso de continuo crecimiento del gasto público, que es algo más propio de un país con enfermedad holandesa verdadera. Así, durante los años de bonanza coexistieron dos banderas algo contradictorias: desendeudamiento más creciente gasto público.

Luego de unos años de permanente expansión fiscal empezó a no alcanzar para las dos cosas incluso en la bonanza. Había que elegir: o desendeudamiento o ajuste del gasto. Sin embargo, hacia fines de 2011 el gobierno encontró una tercera vía: lejos de recurrir al financiamiento externo implementó el cepo. Prefirió racionar los dólares a los importadores y pagar el costo de reducir fuertemente el nivel de actividad –desde la implementación del cepo la economía está básicamente estancada– antes que endeudarse o moderar el incremento del gasto. Hacia fines  de 2013, no obstante, empezó otra vez  a no alcanzar ni con el cepo: se perdían reservas con ritmo de hemorragia. Pero tampoco ahí el gobierno se resignó fácilmente a perder sus banderas: en un intento por mantener el gasto público sin endeudarse afuera devaluó fuertemente la moneda. Pero los efectos inflacionarios y recesivos de la devaluación durante  el primer trimestre del año pasado fueron para asustarse y el gobierno se asustó. Había que  elegir, nomás: volver a endeudarse o ajustar el gasto público.

Fue justo en este momento que Kiciloff lo hizo: con sentido de oportunidad dejó caer una bandera. Eligió mantener el gasto público creciendo igual que siempre y renunció al desendeudamiento. Claro que, como el acceso al financiamiento de mercado es muy limitado, recurrió a formas heterodoxas de crédito.  Consiguió un swap de China de los que lleva utilizados USD 5.000 millones y acaba de conseguir USD 3.000 millones por la vía de endeudar al  Estado y a YPF. Son 8.000 millones. Una base muy modesta pero también muy oportuna en un año electoral porque le permitió afirmarse en el primer y esencial paso hacia la enfermedad holandesa imaginaria: atrasar el tipo de cambio real permitiendo que la inflación supere largamente a la devaluación. No hay riqueza nueva, pero sí deuda nueva. Por supuesto, con la competitividad cayendo, también hay un déficit de cuenta corriente, aunque no muy grande gracias a la represión de importaciones. Como el crédito externo es modesto no es posible financiar más importaciones.   

Además del déficit de cuenta corriente, otras consecuencias negativas de la enfermedad imaginaria que hemos señalado más arriba están presentes. En el sector transable la industria esta cursando una profunda recesión y la rentabilidad de las economías regionales ha sufrido un shock, mientras  las exportaciones están muy por debajo de los máximos de alrededor de 80.000 millones que habían alcanzado porque el sector transable no ha podido compensar la caída del precio de la soja y de la demanda de Brasil.

¿Por qué enfermarse a propósito atrasando el tipo de cambio?  Por las mismas razones de economía política que en las ocasiones anteriores. El atraso del tipo de cambio está generando una sensación –aunque leve– de mejoría en el poder adquisitivo respecto de 2014. Asimismo, es funcional para dar la imagen de que la inflación está bajo control. A diferencia de otras veces, sin embargo, como el crédito externo es escaso, si bien se suavizó, la recesión sigue su curso. Según las mediciones privadas el nivel de actividad cayó un 1.5%. Pero como se trata de una año electoral,  las autoridades se conforman con lo que tienen a mano.

En suma, de manera algo inesperada y gracias a las fuentes heterodoxas de financiamiento la conducción económica ha logrado instaurar una versión light de la falsa enfermedad holandesa. Un punto a subrayar es que esta vez la enfermedad no puede durar mucho porque no hay chances de que el endeudamiento escale como ocurrió en otros períodos. La evidencia más contundente a este respecto es que el gobierno no puede siquiera aflojar el cepo a las importaciones para promover la actividad en un año electoral.

Por otra parte, ya están presentes muchos de los síntomas de desequilibrio inestable que suelen aparecer en los estertores de la enfermedad imaginaria. En primer lugar, el gobierno se ha visto obligado a recurrir crecientemente al crédito doméstico ante la escasez de crédito externo. Para esto ha debido aumentar las tasas de interés. Como en otras oportunidades, los especuladores han tomado posiciones cortas para aprovechar la diferencia entre la baja tasa de devaluación esperada en los meses hasta las elecciones y la tasa de interés. Incluso ha aumentado la demanda de pesos. Pero el incremento de posiciones a muy corto plazo será muy difícil de manejar si las expectativas de devaluación varían, algo que con seguridad ocurrirá alrededor de la fecha de cambio de gobierno. En segundo lugar, el incremento de los salarios que se está observando no hace más que profundizar el desequilibrio de precios relativos al incrementarse el salario en dólares. En tercer lugar, el déficit fiscal sigue su curso y a medida que cambien las expectativas de devaluación se hará cada vez más difícil financiarlo pues no habrá demanda de pesos suficiente.       

En suma, la falta de financiamiento externo hará que esta reposición del clásico de Moliere tenga la duración de una versión en videoclip. Esto juega a favor de las correcciones que necesariamente vendrán con el cambio de gobierno: el reducido endeudamiento le brindará a las autoridades un mayor margen de maniobra que el que tuvieron quienes tuvieron que lidiar con el derrumbe de la tablita  en 1981 y la convertibilidad en 2002. Si se manejan con criterio en las negociaciones pendientes con los acreedores, probablemente haya acceso al crédito externo. Claro que ese crédito debería utilizarse para viabilizar las correcciones necesarias para  poner orden en el campo doméstico: precios relativos, déficit fiscal y política monetaria. No es fácil, pero arreglarlo no va a demandar años como ocurre cuando la relación entre el ingreso nacional y el endeudamiento externo es desmesurada....

Va a haber una oportunidad para apostar a la productividad... A menos que se repita la enfermedad imaginaria.