El perro se muerde la cola: en Argentina y en Europa también

2011

Tanto la economía europea como la argentina siguen mostrando signos de que los desequilibrios existentes podrían profundizarse. En ninguno de los dos casos se trata de  síntomas novedosos. Probablemente, el rasgo más sorprendente de la coyuntura es observar cómo se repiten respuestas de política que han demostrado muy poca efectividad en el pasado sin que, por otro lado, existan alternativas de política sólidas que estén siendo impulsadas de forma creíble en la arena política para actuar sobre las causas de los problemas.

Cuando los perros están aburridos se entretienen persiguiendo su propia cola. Se trata de una actividad que puede ser riesgosa si deviene repetitiva ya que puede adquirir un cierto sesgo autodestructivo. Al tratar de describir la dinámica entre desequilibrios macroeconómicos y respuestas de política que estamos observando, esta metáfora se abre camino en el pensamiento con gran fuerza.

Grecia ya mostró un comportamiento muy diferente de lo previsto en el caso del primer plan de ayuda de sus socios europeos y el FMI y ahora se está discutiendo otro. Nadie explicó cómo es que Grecia estará en condiciones de cumplir con las nuevas exigencias sin atacar el problema de una deuda pública no sustentable y de una competitividad diezmada.

En la Argentina, a su vez, donde la salida de capitales suele acelerarse ante incrementos de la incertidumbre política (ejemplo: conflicto con el campo), en la actualidad está ocurriendo precisamente eso debido a la falta de respuestas respecto de los interrogantes sobre cuál será la política económica una vez que se conozca el resultado de la contienda electoral. Y ello ocurre en un contexto de caída del superávit comercial y alta inflación. Como se ha observado repetidas veces, la respuesta que se está dando a estos desequilibrios son medidas aisladas. Se trata de retrasar o impedir ciertas importaciones o se frena la depreciación nominal por debajo de la inflación, acompañando todo con congelamiento de tarifas en transporte y otros servicios. Son paliativos poco eficaces para reducir la demanda de dólares o frenar los precios. Sobre todo si se tiene en cuenta que, como consecuencia de la restringida oferta energética, el gasto en energía importada está aumentando velozmente, dado que la política de tarifas subsidiadas básicamente no ha cambiado. Asimismo, la ausencia de pautas para la negociación salarial se traduce en aumentos de costos domésticos y presión sobre el gasto.   

 

Con seguridad, las reacciones de política que estamos observando aquí y en Europa están lejos de originarse en el aburrimiento, pero si se lo juzga desde un punto de vista estrictamente conductista, la repetición ceremonial de medidas que son inocuas para resolver los problemas o que los agravan se parece bastante al comportamiento canino antes aludido. 

 

Las similitudes entre los problemas europeos y de la Argentina en lo que hace a la falta de respuestas de política novedosas, sin embargo, no deben exagerarse: la magnitud de los problemas en uno y otro caso son diferentes y, por ende, la falta de creatividad que el sistema político europeo ha mostrado hasta el presente tiene consecuencias objetivamente más serias.

 

Argentina: la política no ayuda a acotar las dudas sobre la orientación futura

Los desequilibrios macroeconómicos de nuestro país están lejos todavía de ser inmanejables, al menos mientras se mantenga la situación internacional actual de buenos términos del intercambio y tasas de interés bajas. Los desequilibrios no tienen que ver con un deterioro grave en los fundamentos como puede ser el caso de países como Grecia, Irlanda o Portugal. Nuestro país no muestra hoy un exceso de endeudamiento público o un déficit de cuenta corriente fuera de línea. Los desarreglos son básicamente de origen doméstico y se vinculan con precios relativos distorsionados y una combinación inconsistente de política fiscal, monetaria y cambiaria.

Paradojalmente, el problema más importante es que la favorable situación internacional hace posible que se adopte una actitud pasiva frente a desequilibrios que van lenta pero sistemáticamente ahondándose y reclamarán tarde o temprano medidas correctivas. Aunque cuando más tarde ocurran, más pronunciadas y políticamente difíciles serán esas correcciones y menos espacio quedará para soluciones graduales. De cualquier forma, el momento, la gradualidad y la magnitud de las correcciones es difícil de predecir debido a que su urgencia depende de la evolución de variables cuya trayectoria no es fácil de pronosticar. Nos referimos en particular a la incertidumbre política y su secuela inmediata, la salida de capitales y, también, a la situación internacional.

En lo que hace a incertidumbre de políticas, los eventos del último mes no han ayudado para nada. En primer lugar, sobresale el hecho de que el actual ministro de economía haya sido nominado para acompañar a la presidenta. Esto dio pie a una serie de especulaciones obligadas sobre cambios en el gabinete y sobre la futura orientación de la política económica en caso de un triunfo oficialista. Tampoco ayudó, en este sentido, que la presidenta del Banco Central haya expresado su preferencia por un modelo de tipo de cambio competitivo en un contexto en que el tipo de cambio real se está apreciando de manera significativa y a velocidad apreciable debido al efecto de la inflación sobre los costos, en un contexto de tipo de cambio nominal que se administra en función de objetivos anti-inflacionarios. Esto agrega incertidumbre en la medida que la única forma de evitar una apreciación real sería la de acelerar la depreciación nominal, con el consecuente efecto acelerador de la inflación. Está claro que un intento de corregir un precio relativo (en este caso el tipo de cambio real) de manera aislada podría tener consecuencias muy negativas. Por otro lado, aún si se lograra temporalmente incrementar el tipo de cambio real vía una mayor depreciación nominal del dólar sería muy difícil que tal situación se mantuviera en el tiempo, si no cambia la dinámica de precios y salarios actual. Y si el sector privado percibe que la depreciación real es inestable difícilmente ello tenga efectos sobre la competitividad, cuya evolución depende de decisiones sobre variables de más largo plazo, como la inversión o los gastos hundidos de ganar nuevos mercados de exportación o de sustitución de importaciones.  

La Argentina debe evitar, sin dudas, perder competitividad. Pero no puede hacerlo sin un paquete integral de medidas que abarquen de forma consistente los planos fiscal, monetario y de ingresos. Una depreciación más acelerada llevaría a mayor inflación sin muchos cambios en el tipo de cambio real si la política monetaria es pasiva, el gasto público sigue su propio camino autónomo y los incrementos salariales hacen lo propio. Si el dólar dejara de actuar como ancla nominal de los precios, habría que definir un ancla alternativa. La situación externa brinda aún margen para intentar hacerlo sin dramatismo, pero en el reloj del taxi siguen bajando las fichas.  

 

El gobierno ha realizado gestiones para un acuerdo de largo plazo sobre provisión de gas desde Qatar y esto también tiene consecuencias sobre las expectativas. Esa iniciativa sugiere que el gobierno considera que la brecha energética es estructural. O, lo que es lo mismo, sugiere que si el oficialismo se impone, no cambiarán las estrategias energéticas actuales, que han tenido como consecuencia un debilitamiento sensible de la oferta y las reservas energética, un aumento del déficit fiscal de la mano de los subsidios y una disminución muy veloz en el superávit que la balanza comercial en el rubro energía. Esto alimenta la expectativa de que en el futuro los dólares serán más escasos y, por ende, alimenta la toma de posición en dólares. No está claro que la Argentina pueda sostener el equilibrio externo si las importaciones netas de energía siguen la tendencia actual y lo mismo ocurre con la salida de capitales. Ni qué hablar si hubiese un deterioro en los términos del intercambio.

 

Es interesante notar que la política energética de la Argentina abre también interrogantes a más largo plazo. La Argentina ha mostrado un fuerte crecimiento en los dos mil y ello se explica en buena medida por el shock positivo que recibió en sus términos del intercambio, que le permitió crecer con superávit de cuenta corriente. En los últimos años, sin embargo, el gasto en importaciones de energía está absorbiendo a tasa creciente los dólares aportados por la soja. De no revertirse esta tendencia, la Argentina, en vez de aprovechar el dividendo de la soja para crecer y desarrollarse, terminará utilizándolo para importar energía. Esto es, terminará cambiando un recurso natural por otro y, en algún momento, deberá encontrar una fuente nueva de divisas para financiar su consumo energético. Este argumento no por simple deja de ser ilustrativo.

 

En suma, las acciones, las omisiones y los anuncios políticos del gobierno han contribuido de hecho a mantener un clima de dudas sobre los senderos por los que transitará la economía en el futuro y, en consecuencia, no sorprende que la fuga de capitales siga tan vigorosa en su trayectoria como lo venía siendo desde principios de año. En el primer semestre la salida de capitales ya se ubica en cifras comparables a lo que se espera que sea el superávit comercial del año. Después de eso comienza la caída de reservas.        

 

 

Grecia y nuevas autoridades del FMI

Los hechos internacionales estuvieron dominados por los acontecimientos en Grecia, que tuvieron un fuerte componente político. Finalmente se llegó a un acuerdo para liberar el tramo de ayuda que el país necesita para evitar una moratoria de pagos. Para que esto ocurriera fue necesaria la aprobación del plan de ajuste por el Parlamento. Sin dudas estos hechos alejaron la posibilidad de que se produzca una crisis de pagos en el futuro inmediato pero ello se logró tensando la cuerda de la política al máximo: hubo fuertes reclamos en las calles y, además, Grecia ha comprometido sensiblemente su propia autonomía. El país será monitoreado con celo por los países que le han brindado ayuda. Esta limitación de la soberanía nacional junto con el alto desempleo y la inestabilidad laboral que podría estar asociada con el masivo plan de privatizaciones incluido en el ajuste podrían estar produciendo un cóctel político difícil de manejar.

 

La Argentina tuvo una cierta presencia en la prensa mundial y en las calles griegas durante el mes debido a las comparaciones que se realizaron entre la situación de Grecia actual y la Argentina de 2001. Las comparaciones se buscaron, sobre todo, en el plano económico, lo cual tiene sentido, pero probablemente la primera lección a considerar se refiere al plano político. Grecia está, hoy, en el punto en que los desequilibrios macroeconómicos son tan amplios que las instituciones económicas resultan inadecuadas para procesarlos sin cambios muy significativos en las reglas del juego (privatizaciones, ajustes fiscales de gran magnitud) y esos cambios reclaman de decisiones políticas.

Cuando los desequilibrios macroeconómicos escalan hasta afectar a las instituciones políticas literalmente se abre la Caja de Pandora. En particular porque se plantea una cuestión muy simple: ¿por qué todo el esfuerzo lo deben hacer los deudores (en este caso el Estado, pero también los tomadores de hipotecas) sin ningún aporte de los acreedores? Esta pregunta es política y no económica porque implica redefinir derechos de propiedad. En la Argentina, el proceso que va de los problemas de solvencia a la política y los cuestionamientos a los derechos de propiedad se expresó muy claramente en el último tramo de la presidencia de De la Rúa y la sucesión de presidentes posterior. El proceso terminó, efectivamente, en la redefinición de derechos de propiedad con la pesificación asimétrica y el default. Cuando se observa la experiencia griega desde esta perspectiva no sorprende que se discutan propuestas para “involucrar al sector privado”, un eufemismo para expresar el hecho de que se redefinirán derechos de propiedad para resolver dos problemas todavía no solucionados: devolver la solvencia a los deudores y hacer políticamente factible el ajuste necesario.

Finalmente Christine Lagarde se hará cargo de FMI, que por primera vez será dirigido por una mujer. Seguramente no tendrá mucho tiempo para acomodarse en el cargo ya que la economía internacional tiene problemas suficientes como para mantenerla ocupada. Su primer tarea, sin dudas, será ayudar a los europeos con Grecia. La calificadora S&P ya avisó que si se realiza algún tipo de restructuración que involucre al sector privado su reacción será calificar a la deuda como de default selectivo (DS).

De hecho, Grecia sólo es la punta del iceberg. Son muchos los países desarrollados que sufrieron crisis financieras pero aún deben enfrentar el problema de hacer consistentes unos derechos de propiedad que, luego de la crisis, representan en parte reclamos de derechos sobre activos que, simplemente, no existen. Justamente porque estos países tienen instituciones más sólidas que las argentinas han logrado hasta ahora evitar tanto que la economía cayera en una depresión como manejar los conflictos distributivos de manera civilizada. Instituciones y políticas más sólidas pueden dar más tiempo para realizar los ajustes. Pero lo que no es posible es satisfacer derechos de propiedad definidos sobre nada. Alguien tiene que aceptar una pérdida porque de la nada no viene nada. 

 

Enlace externo